domingo, 1 de enero de 2017

Sensores y sensibilidad por la dignidad y los derechos


Del estudio basado en fuentes escritas, al entorno Smart. Bastaría remontarnos tan solo unas décadas, para ver que todo lo que ya ocurre, y sobre todo lo que se está proyectando para un futuro inmediato, sonaba casi a ciencia ficción.

En este artículo se abordan aspectos de importancia acerca del protagonismo de los sensores que ya monitorizan mucho de lo que nos rodea, incluso a nosotras y nosotros mismos. De controlar el latido cardíaco de un paciente con el tradicional fonendoscopio, a poder hacerlo a miles de kilómetros mediante un sensor presente en un dispositivo móvil, un reloj inteligente, o un elemento tecnológico inventado para recoger datos sobre nuestras constantes. Los sensores, como se señala en el artículo, miden una increíble variedad y cantidad de información, que luego se traduce en datos, que a su vez, se convierten en conocimiento a través de sistemas de análisis, interpretación, y valoración.


Parece que todo esto queda restringido al entorno productivo, a la industria tecnológica, pero la realidad es que los sensores están redireccionando nuestra sociedad para convertirla en un entorno global autónomo en muchos, muchísimos aspectos, en los que la conexión permanente y de alta capacidad será el nexo que permita recibir lo sensorizado, para devolver la instrucción determinada al respecto, que no siempre partirá de una persona, el propio sistema, u otros amigables, se encargan de hacerlo. Y cada vez se encargan de más y más acciones y gestiones a este respecto.

Basta mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que los sensores nos envuelven en un flujo permanente de recepción de información y circulación de datos. Todo parece, o nos encaminan a que así nos lo parezca, que va a “solucionar” muchos problemas de las personas, del medio ambiente, de nuestro presente y futuro.

Pero mucho nos tememos que esta realidad nos encamina más rápido que despacio, a un entorno en el que las personas cada vez seremos más dependientes de la tecnología, de los sistemas inteligentes, conviviendo con una posible realidad en la que el protagonismo, en muchos aspectos y niveles, no lo tendrá la persona, sino los propios sistemas.

La deshumanización en numerosas cuestiones, está servida; no es oponernos a la tecnología ni a la ciberacción, a los gestores digitales o a los interpretadores informáticos, eso, renunciar a ello, es poco viable hoy por hoy. Nos encaminan a ello desde hace décadas, en un camino a ritmo elevado, imparable, que nos vende la excelencia de todo ello, pero oculta algunas realidades que van en contra de las propias personas. Basta pensar en cuántas cosas hacemos, compramos, consumimos, diseñadas en baso a lo que sensores han medido de forma velada, sin que lo sepamos. Estamos construyendo futuro, cierto, pero a qué precio, y con qué consecuencias, no está demasiado claro…

De momento conocemos las ventajas de poder anteponernos a la climatología, a la racionalización de recursos naturales gracias a los sensores en los cultivos, conocemos mejor los hábitos y situación real de numerosas especies animales y vegetales que son monitorizados en multitud de casos, podemos adaptarnos a las ondas del flojo marino y generar energía, hay mucho bueno, positivo, que ya es una realidad.

Pero no todo es así; qué hacemos, cómo lo hacemos, cuánto lo hacemos, qué buscamos, qué comunicamos, qué consumimos… Nos miden, siempre, a todas horas. La razón: posiblemente sea cerrar el círculo del consumo perfecto y de la producción eficiente que nos permita conseguir todo lo que necesitamos. Y también lo que nos dicen que necesitamos gracias a esos datos…


Vinculando la lectura y el análisis de este segundo artículo al primero, lo cierto es que la realidad nos devuelve a la tierra de un solemne guantazo bien dado. El primer mundo avanza sin mirar dónde, cómo, o a quién pisa, para conseguir sus objetivos que no son más que producir, vender, enriquecerse, todo en una espiral de búsqueda incesante de control y poder sobre todo aquel país, sobre toda aquella persona, que interese explotar, someter, devorar…

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La pobreza avanza a ritmo vertiginoso, pero no es esa pobreza cercana a la que más o menos podemos estar acostumbrados; de la persona pidiendo en la puerta de un supermercado pasamos a la visión más cruda y aterradora de la persona, de los millones de personas en todo el mundo que no tienen nada, ni tierra donde pisar, ni lugar donde morar, ni agua que beber, ni siquiera ilusiones por materializar.

Los casos expuestos en el artículo nos marcan una realidad tan presente como el del imperialismo tecnológico. Todo vale con tal de conseguir los resultados deseados, y si esos resultados requieren más recursos, más explotación de otros lugares, de otras personas, el coste está asumido, los ricos ganan, el mundo pierde. Es así, sigue siendo así.

Bastaría “hacer números” del coste global de lo que la tercera revolución digital está empleando, de lo que hipoteca en países y personas, para darnos cuenta de que centrando esfuerzos en las líneas productivas más solidarias con el entorno y compatibles con el desarrollo de los países más empobrecidos, sin renunciar a ese futuro tecnológico global que todo lo va asumiendo, controlando, midiendo, gestionando, se podría solucionar e gran medida con esa extrema pobreza humana y ese gravísimo deterioro ambiental.


Y bastaría también sumar esfuerzos en la renuncia a determinados “adelantos” para condicionar al mercado en otra dirección menos lesiva. O tal vez no, este negocio ya está muy estudiado y experimentado, pero no hay que renunciar a intentarlo. Tal vez no consumir por consumir tecnología, posiblemente mostrar rechazo social a cómo nos miden y valoran constantemente para obtener datos (y conocimiento) que permita a otros enriquecerse. Puede que incluso presionando a los gobiernos para que centren sus esfuerzos en direccionar este entorno productivo a fines más solidarios y saludables, sin renunciar a nada, solamente haciéndolo compatible con la dignidad humana y la diversidad natural. Podría ser. Lo muestro es la sana utopía, y por ella lucharemos.

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