Del estudio basado en fuentes
escritas, al entorno Smart. Bastaría remontarnos tan solo unas décadas, para
ver que todo lo que ya ocurre, y sobre todo lo que se está proyectando para un
futuro inmediato, sonaba casi a ciencia ficción.
En este artículo se abordan
aspectos de importancia acerca del protagonismo de los sensores que ya monitorizan
mucho de lo que nos rodea, incluso a nosotras y nosotros mismos. De controlar
el latido cardíaco de un paciente con el tradicional fonendoscopio, a poder
hacerlo a miles de kilómetros mediante un sensor presente en un dispositivo
móvil, un reloj inteligente, o un elemento tecnológico inventado para recoger
datos sobre nuestras constantes. Los sensores, como se señala en el artículo,
miden una increíble variedad y cantidad de información, que luego se traduce en
datos, que a su vez, se convierten en conocimiento a través de sistemas de
análisis, interpretación, y valoración.
Parece que todo esto queda
restringido al entorno productivo, a la industria tecnológica, pero la realidad
es que los sensores están redireccionando nuestra sociedad para convertirla en
un entorno global autónomo en muchos, muchísimos aspectos, en los que la
conexión permanente y de alta capacidad será el nexo que permita recibir lo
sensorizado, para devolver la instrucción determinada al respecto, que no
siempre partirá de una persona, el propio sistema, u otros amigables, se
encargan de hacerlo. Y cada vez se encargan de más y más acciones y gestiones a
este respecto.
Basta mirar a nuestro alrededor
para darnos cuenta de que los sensores nos envuelven en un flujo permanente de
recepción de información y circulación de datos. Todo parece, o nos encaminan a
que así nos lo parezca, que va a “solucionar” muchos problemas de las personas,
del medio ambiente, de nuestro presente y futuro.
Pero mucho nos tememos que esta
realidad nos encamina más rápido que despacio, a un entorno en el que las
personas cada vez seremos más dependientes de la tecnología, de los sistemas
inteligentes, conviviendo con una posible realidad en la que el protagonismo,
en muchos aspectos y niveles, no lo tendrá la persona, sino los propios
sistemas.
La deshumanización en numerosas
cuestiones, está servida; no es oponernos a la tecnología ni a la ciberacción,
a los gestores digitales o a los interpretadores informáticos, eso, renunciar a
ello, es poco viable hoy por hoy. Nos encaminan a ello desde hace décadas, en
un camino a ritmo elevado, imparable, que nos vende la excelencia de todo ello,
pero oculta algunas realidades que van en contra de las propias personas. Basta
pensar en cuántas cosas hacemos, compramos, consumimos, diseñadas en baso a lo
que sensores han medido de forma velada, sin que lo sepamos. Estamos
construyendo futuro, cierto, pero a qué precio, y con qué consecuencias, no
está demasiado claro…
De momento conocemos las ventajas
de poder anteponernos a la climatología, a la racionalización de recursos
naturales gracias a los sensores en los cultivos, conocemos mejor los hábitos y
situación real de numerosas especies animales y vegetales que son monitorizados
en multitud de casos, podemos adaptarnos a las ondas del flojo marino y generar
energía, hay mucho bueno, positivo, que ya es una realidad.
Pero no todo es así; qué hacemos,
cómo lo hacemos, cuánto lo hacemos, qué buscamos, qué comunicamos, qué
consumimos… Nos miden, siempre, a todas horas. La razón: posiblemente sea
cerrar el círculo del consumo perfecto y de la producción eficiente que nos
permita conseguir todo lo que necesitamos. Y también lo que nos dicen que
necesitamos gracias a esos datos…
Vinculando la lectura y el
análisis de este segundo artículo al primero, lo cierto es que la realidad nos
devuelve a la tierra de un solemne guantazo bien dado. El primer mundo avanza
sin mirar dónde, cómo, o a quién pisa, para conseguir sus objetivos que no son
más que producir, vender, enriquecerse, todo en una espiral de búsqueda
incesante de control y poder sobre todo aquel país, sobre toda aquella persona,
que interese explotar, someter, devorar…
La pobreza avanza a ritmo
vertiginoso, pero no es esa pobreza cercana a la que más o menos podemos estar
acostumbrados; de la persona pidiendo en la puerta de un supermercado pasamos a
la visión más cruda y aterradora de la persona, de los millones de personas en
todo el mundo que no tienen nada, ni tierra donde pisar, ni lugar donde morar,
ni agua que beber, ni siquiera ilusiones por materializar.
Los casos expuestos en el
artículo nos marcan una realidad tan presente como el del imperialismo
tecnológico. Todo vale con tal de conseguir los resultados deseados, y si esos
resultados requieren más recursos, más explotación de otros lugares, de otras
personas, el coste está asumido, los ricos ganan, el mundo pierde. Es así,
sigue siendo así.
Bastaría “hacer números” del
coste global de lo que la tercera revolución digital está empleando, de lo que
hipoteca en países y personas, para darnos cuenta de que centrando esfuerzos en
las líneas productivas más solidarias con el entorno y compatibles con el
desarrollo de los países más empobrecidos, sin renunciar a ese futuro
tecnológico global que todo lo va asumiendo, controlando, midiendo,
gestionando, se podría solucionar e gran medida con esa extrema pobreza humana
y ese gravísimo deterioro ambiental.
Y bastaría también sumar
esfuerzos en la renuncia a determinados “adelantos” para condicionar al mercado
en otra dirección menos lesiva. O tal vez no, este negocio ya está muy estudiado
y experimentado, pero no hay que renunciar a intentarlo. Tal vez no consumir
por consumir tecnología, posiblemente mostrar rechazo social a cómo nos miden y
valoran constantemente para obtener datos (y conocimiento) que permita a otros
enriquecerse. Puede que incluso presionando a los gobiernos para que centren
sus esfuerzos en direccionar este entorno productivo a fines más solidarios y
saludables, sin renunciar a nada, solamente haciéndolo compatible con la
dignidad humana y la diversidad natural. Podría ser. Lo muestro es la sana
utopía, y por ella lucharemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario